jueves, 3 de julio de 2014

Pirita, Pareidolia y Apofenia



Via Amazon


No, no son tres hermanas que se apellidan Jiménez, aunque viéndolo bien sí que podrían serlo.

(NOTA: NO le ponga Apofenia a su hija).

En realidad dos de esas palabras se refieren a ciertas condiciones de la percepción humana, y la otra es un ejemplo de una de ellas. Vamos a ver una por una.

La Apofenia es un error de percepción. La palabra la inventó en 1958 el siquiatra alemán Klaus Conrad, para referirse a una condición de los esquizofrénicos, por la que se “percibe un significado anormal a partir de la experiencia percibida, pero que no revela nada de la realidad sino que es una imagen auto-referente y proyectada.” Después, tanto en sicología como en estadística, se empezó a usar la misma palabra para referirse al fenómeno de percibir patrones o significados en datos al azar, porque el ‘proyectarse’ no es una condición exclusiva de esquizofrénicos, sino que todos lo hacemos en mayor o menor grado. Por ejemplo, los casos más comunes son cuando los apostadores empiezan a ver ‘patrones’ en los números de lotería o en los resultados de la ruleta, tratando de hallar una estructura identificable para con ella predecir los números afortunados.

La Apofenia no es sólo un caso de error involuntario. Siendo una condición intrínseca del cerebro, que quiere encontrar patrones significativos en todos lados, es un fenómeno que se presta al abuso. Como dicen, hay mentiras chicas, mentiras grandes, y estadísticas. En su excelente libro “El Tigre Que No Está” (Océano, 2009) Michael Blastland y Andrew Dilnot hacen un interesante recuento de estas prácticas en la vida pública: cuando los números se usan de forma sesgada, incompleta o abiertamente abusiva para hacer creer que algo es beneficioso o perjudicial.

Uno puede pensar, “¿Qué hay más confiable que los números?” , y precisamente basados en esta idea inocente, las estadísticas que se usan en el discurso público pueden ser mostradas para apoyar de forma ‘incontestable’ una opinión cualquiera, o su completa negación. Por ejemplo:  “Vamos a aumentar el presupuesto de educación en 20%”, suena muy bonito y edificante. Pero si el presupuesto ahora mismo es de mil pesos, aumentarlo en 20% no es nada. Si el presupuesto ahora mismo es de mil millones, es mucho. Pero tanto mil como mil millones, ¿qué porcentaje son del presupuesto total? ¿Y de cuántas personas estamos hablando para dividirlo?  Todas estas son preguntas de sentido común, pero lo único que llega al titular de la noticia es la parte del “20%”.


La Pareidolia es un caso específico de Apofenia: es cuando vemos imágenes significativas en lugares al azar. Esto es muy común con imágenes religiosas, cuando cada dos por tres alguien descubre una imagen del rostro de Cristo en un pan tostado o a la Virgen María en unapared humedecida. Pero en todas las culturas ha existido siempre esta tendencia a ‘antropomorfizar’ todo tipo de cosas naturales, desde el Conejo en la Luna - que vieron desde los aztecas hasta los chinos - hasta la moderna Cara en Marte.

Aquí hay un ejemplo de Pareidolia:



Esa foto es un cristal de Pirita, un mineral de hierro también llamado “oro de los tontos”. La Pirita tiene una estructura molecular muy especial que le permite, de manera completamente natural, formar figuras simétricas que se antojan imposibles sin la ayuda de un diseñador: cubos y romboides perfectos, ‘ordenados’ de manera que recuerdan cuerpos humanos o animales, son comunes en este curioso mineral.

Otra forma de Pareidolia - esa hermosa manía que tenemos de buscar significado  - es cuando damos cualidades humanas a las cosas, aunque su imagen en sí misma no nos recuerde directamente algo humano, sino más bien la forma en que se contextualiza con su ambiente. Un ejemplo famoso es el anuncio de ‘La Lámpara de Ikea’ (2002):


La pobre lámpara de modelo viejo es echada a la calle por su dueño. Doblada, viendo hacia el suelo, parece triste y derrotada al lado del bote de basura en la calle solitaria. Y luego, la lluvia y la noche hacen que no podamos evitar verla como un ser consciente, que se halla triste y abandonado.

Cuando la música dramática está por hacernos llorar, la realidad emerge de forma tan brutal que se pasa directo al humor, protegiéndonos de la caída emocional: el actor que habla directamente a la cámara y dice “’¡Las lámparas no sienten! Cómprate un modelo nuevo.”



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