miércoles, 16 de octubre de 2013

Maldito seas, Edmund




Edmund, como alguien en los albores de un viaje largo e incierto, sufrió, llevó sobre sí la desilusión de Rilka quizá más de lo que ella misma lo pudiera saber o intuir. Joven Rilka, balcánica y blancamente hermosa, tan impulsiva y tan aquí y ahora, tan lo que le faltaba a él. Tan creyente.

Rilka.
Hermosa, paciente Rilka.
Lo siento.

Maldito seas, Edmund, maldito seas. Todas mis palabras y mis besos no bastaron para convencerte de que te hubiera sufrido tanto, lo hubiera hecho. No quisiste protegerme, no quisiste entregarte como yo me entregaba cada vez. ¿Porqué me pediste tan poco? ¡Tan poco! ¿Porqué te conformabas con lo que ni siquiera era necesario pedir? Pedir menos que migajas. Odio que seas tan débil y que no puedas verme frente a frente para decirme lárgate de una vez por todas, en vez de eso aún me dijiste te quiero ¡maldito seas! Odio que tu coraza sea tan débil que yo la hubiese podido romper, ¡la hubiese podido destruir lo entiendes? Pero nunca lo hice ni lo intenté pues nunca la ofreciste como escudo, nunca me dejaste entrar, nunca. Hubiera querido - ahora quiero - quise - amarte, destrozarte y armarte de nuevo y enseñarte cómo armar de nuevo los pedazos desperdigados. Cómo armar todo de nuevo después de amar, armar todo otra vez, conmigo. Pero no, preferiste seguir siendo una estatua frágil pero estatua pero frágil. Pero estatua. Ya verás, aunque no lo verás pero por lo más sagrado juro que no te extrañaré y ahora en pocos días... ojalá te hubieras quedado sólo unos días ¡sólo unos días para mostrarte cómo me rompo y me despedazo y armo de nuevo los pedazos! Armaré todos esos pedazos y nunca lo verás, maldito seas. Olvida mi nombre y mi rostro y mi recuerdo, pues yo misma los barreré de mi propia memoria. No me busques algún día, ningún día.

Aquí estaré.


Pobre, hermosa Rilka.
Lloras.
Adiós.




Telares.  3, 4  (Hilo verde)


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